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La maldición del faraón Tutankamon

La maldición del faraón Tutankamon

George E.S.M. Herbert, conde de Carnarvon, murió de una enfermedad de causas desconocidas el 6 d'abril de 1923, meses después de adentrarse en la tumba de Tutankamon. Fue víctima de una neumonía bilateral, seguida de síntomas que incluían fatiga, dolor de cabeza, insuficiencia respiratoria, adenopatías... Otros miembros del equipo que participaron en la apertura de la tumba también murieron poco después, afectados de enfermedades no aclaradas. Inmediatamente, esto hizo pensar en una maldición. ¿Cómo explicarlo, sino?
En Egipto, el negocio de saqueador de tumbas ha sido muy bien remunerado desde tiempos antiguos. Por ese motivo, los últimos faraones del Imperio Egipcio dejaron de ser enterrados en grandes sepulcros monumentales a la vista de todo el mundo, e hicieron sepultarse en tumbas secretas subterráneas, denominadas hipogeos. Así nació el Valle de los Reyes, en un intento de camuflar las tumbas y, sobre todo, sus entradas. Pero ni así: los arqueólogos modernos no encontraron casi ninguna tumba sin profanar y saquear. Aún así, el sepulcro de Tutankamon permaneció prácticamente intacto porque el joven faraón fue enterrado apresuradamente en un hipogeo improvisado sobre el cual, pocos años después, se construyeron las cabañas de los obreros que trabajaron en la preparación de la tumba de Ramsés VI. Así, la tumba permaneció intacta; pero los más supersticiosos atribuyeron la preservación a una maldición faraónica: las muertes de los excavadores que encontraron la tumba bien parecían confirmarlo...
Tumba de Tutankamon, descubierta a principios del siglo XX en el Valle de los Reyes, en el borde occidental del río Nilo.
En 1955, en Sudáfrica, el médico epidemiólogo británico Geoffrey Dean contactó con un geólogo de Rhodesia (hoy Zimbabwe), que estudiaba la posibilidad de emplear como adobo los grandes depósitos de guano (excrementos) de los murciélagos. Cinco semanas antes había entrado en las cuevas de la reserva natural de Urungwe y desde entonces había desarrollado una grave neumonía bilateral. El Dr. Dean fue informado también de que treinta años antes dos soldados habían desafiado una "'m ‘tagati", maldición que caía sobre cualquier persona que entrara a las cuevas sin ser "njanga", es decir, brujo. El ritual de iniciación de los aspirantes a brujo consistía precisamente en entrar en las cuevas y pasar un cierto tiempo. Muchos aspirantes morían misteriosamente, pero a los supervivientes se les reconocían poderes mágicos y capacidad de curación. Y era probado que nunca jamás volvían a enfermar por causa de la "'m ‘tagati".
Dean también recogió información sobre una expedición espeleológica a Transvaal, Sudáfrica, en la cual algunos exploradores habían muerto a causa de una misteriosa enfermedad que cursaba como una neumonía y que fue denominada "mal de las cuevas" por el médico que la diagnosticó. ¿Qué había en común en todos estos casos de neumonía, incluidos los relacionados con la famosa maldición de Tutankamon? Era evidente, pero nadie había caído en ello: montones de excrementos de murciélagos.
Sobre el guano seco de murciélago crece un hongo oportunista cuyas esporas son las verdaderas causantes de las misteriosas neumonías: Histoplasma capsulatum. Este hongo, propio sobre todo de países cálidos, crece sobre suelos polvorientos dónde hay excrementos de gallinas, palomas, estorninos o murciélagos. La enfermedad, histoplasmosis, se contrae por inhalación de polvo que contenga esporas del hongo y cursa en forma de neumonías potencialmente letales; a través del torrente circulatorio, puede afectar también a otros órganos, como el hígado, y producir trastornos funcionales y metabólicos. La enfermedad se manifiesta con tos, dolor torácico, insuficiencia respiratoria, temblores y fatiga, es decir la misteriosa sintomatología que acompañó a lord Carnarvon hasta la muerte. En su forma más leve, y más frecuente, la histoplasmosis es benigna e inmuniza al enfermo, tal y como comprobaron los aprendices de brujo de Urungwe.
Howard Carter
Así que, tal y como el Dr. Dean estableció, fue una histoplasmosis, y no una misteriosa maldición de ultratumba ni tampoco ningún "'m ‘tagati" de hechicero, el asesino de egiptólogos y espeleólogos. Una histoplasmosis asociada a los excrementos de los murciélagos cavernícolas. Es más lógico. ¿Y por qué no igual de fascinante?
Howard Carter i Lord Carnarvon tras el descubrimiento de la tumba de Tutankamon. Máscara funeraria de Tutankamon.
Via: Eureka