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Homero y obra cumbre: La iliada



La Ilíada, de Homero
barcos, desembarco, epico, guerra
Esta es una versión reducida y libre de la historia que Homero explicó en su poema épico La Ilíada, construido en 804 versos divididos en veinticinco cantos.
A veces gloriosos, a veces despreciables, los príncipes y reyes de esta historia se enfrentan en una guerra cruenta. Luchan, muchos mueren, otras lloran o se mofan, defienden su honor y a veces lo ignoran. Todo lo hacen creyéndose poderosos, pero sus vidas no son más que las piezas de un tablero donde los dioses -a veces gloriosos, a veces despreciables- depositan sus caprichos. Bienvenidos a una historia donde humanos y dioses se diferencian en algunas virtudes, pero se igualan en cada defecto. 

La ira

“¿Qué dios los hizo reñir que atizó entre ellos tal pelea?” (Canto I)

Miles de cuerpos se agitan bajo las tiendas de los aqueos, se revuelcan en un dolor insoportable que a ritmo de tortura los lleva hasta la muerte. Aquiles, que es el guerrero más valioso del ejército de Acaia, el que ha convertido en terror su presencia, se siente impotente. Los escudos impenetrables y su espada destructora de poco sirven ante la peste. Tras nueve años de guerra entre aqueos –como se denominaban los antiguos griegos- y troyanos, nunca tantos guerreros habían muerto sin estar en el campo de batalla. 
Hace días que la plaga ha caído sobre los aqueos y Aquiles ya no quiere escuchar más los gritos de dolor que planean día y noche sobre el campamento. Ha convocado una asamblea y quiere saber qué está pasando. Algún descarado se atreve a explicarlo: Agamenón, rey de reyes, que los lidera en la batalla contra los troyanos, obvió las advertencias de Crisis, el sacerdote del dios Apolo, cuando éste le dijo que los dioses lo castigarían si no le devolvía su hija Criseida, trofeo de guerra del gran comandante.  
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Aquiles, hijo de la diosa del mar Tetis y del rey Peláis, es prácticamente invencible. Es el gran protagonista de La Ilíada y sólo tiene dos grandes defectos que lo pueden destruir: la fragilidad de su talón –se cuenta que Tetis lo bañó en agua divina cuando era un niño para que fuera indestructible, pero como lo cogía siempre por el talón, este quedó sin protección-, y su pasión impetuosa. 
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Agamenón, rey de Micenas y comandante del ejército griego contra los troyanos; hermano de Menelao. Quiere ser un buen rey, pero su incapacidad para el diálogo le hace perder la perspectiva para vencer.
Pero la soberbia de Agamenón es tan grande como su reino y olvidando la advertencia ha provocado el desastre. Aquiles no duda en su petición y le pide que devuelva a Criseida a su hogar y así podrán continuar la guerra sin la plaga que Apolo les ha impuesto. La asamblea se remueve, el odio de Agamenón llena la sala y finalmente salpica a sus asistentes con arrogancia: devolverá a Criseida a cambio de quedarse con Briseida, la joven que ahora Aquiles ya ama y que fue su trofeo de guerra en uno de los saqueos a los pueblos troyanos.
Por segunda vez, el rey de reyes provoca odio y Aquiles se rebela: si Briseida entra a las posesiones de Agamenón, se retirará de la batalla; al fin y al cabo, él es el príncipe de los mirmidones y ha venido para ayudar a los aqueos, no tiene nada en contra de los troyanos. Quien ha convertido en terror su presencia, los dejará solos ante la batalla.
Cuando Aquiles llega a su nave la ira todavía no ha desaparecido. Llama a su madre, Tetis, diosa del mar, y entre llantos le pide venganza; quiere que Zeus, padre de los dioses y los hombres, dé todo el apoyo que pueda a los troyanos, aquellos que hasta ahora han sido sus enemigos, para herir el corazón de Agamenón. Tetis, la madre que junto al agua salada lo consuela, hace una petición que por desgracia de los aqueos se cumplirá: Zeus ha aceptado ayudar a los troyanos en su victoria hasta que el odio de Aquiles por Agamenón se haya visto recompensado.
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Helena, de ella se dice que es la mortal más bella del mundo. Mujer de Menelao, robada por Paris después de que Afrodita se la ofreciera como regalo. La guerra entre aqueos y troyanos empieza raíz de este conflicto.  

La guerra

“He aquí lo que dirán, y mi renombre no debe perderse” (Canto VII)

Criseida, Briseida... pero primero había sido Helena. Ya hacía nueve años que el hermano de Agamenón, Menelao, había visto como se llevaban de Grecia a su querida esposa en un acto de ultraje. La diosa Afrodita había decidido que era el mejor regalo para Paris, el príncipe de Troya que había dicho que ella, la que reina sobre el amor, era la más bella. Aquel había sido el inicio de la guerra; la excusa perfecta que el rey Agamenón necesitaba para atacar a los poderosos troyanos que le hacían sombra.
Nueve años alejados de sus familias, algunas de las cuales ya no volverían a ver a sus hombres, por el capricho de una diosa y la frivolidad de un príncipe de gran belleza, pero de poco coraje. Paris parecía un bastardo junto a la nobleza de su hermano Héctor, también hijo de Príamo, rey de los Troyanos. Todos ellos estaban también en la batalla, defendiendo a su pueblo troyano. 
En los terribles días que siguieron a la decisión de Aquiles de abandonar la guerra, tuvieron lugar algunos de los combates más sangrientos que se recuerdan, y se vieron algunas de las actuaciones más valerosas y algunas de las más despreciables que un hombre pueda ofrecer en un campo de batalla. Una fue sin duda la del duelo entre Paris y Menelao. Troyanos y aqueos habían llegado a un pacto para acabar con la guerra: quien ganara aquella lucha se quedaría con Helena y así se acabaría el conflicto. Los dos bandos estaban parados, el uno delante del otro, cientos de ojos que miraban hacia una parte y centenares más que miraban hacia la otra. En medio, los dos príncipes, Paris y Menelao, defendiendo su honor y jugando a la muerte o al triunfo. Cuando parecía que Menelao estaba a punto de matar a Paris y el corazón de todos los troyanos se apretaba dentro de sus armaduras, Afrodita se llevó su protegido hasta el palacio de Troya, donde, dejando un campo de batalla falto de esperanzas para su propio ejército, se apropió una vez más de Helena en su cuarto. El pacto se había roto y el honor de Paris –y el de los troyanos con él- se había desvirtuado.
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Paris, hijo de Príamo y Hécuba, esposo de Helena después de haberla raptado en Menelao. Es “el guapo de la película”. La belleza es su máxima virtud. Por el resto, es cobarde y parece recrearse en la lucha que ha desencadenado, hecho que su hermano Héctor –de opuesta personalidad- le reprocha avergonzado.   
Y es que la guerra no era más que un juego entre los dioses, que movían pieza en función de sus propias disputas. Sin ir más lejos, la misma esposa de Zeus, Hera, diosa del matrimonio y celosa de los idilios de su marido, de ninguna forma pensaba ayudar a los troyanos, a sabiendas de que Paris había escogido a Afrodita como la más bella y que la petición primera venía de la hermosa Tetis.
Cada dios escogía un color para defender, se peleaban entre ellos mientras provocaban muertes o salvaban vidas, se lo miraban desde la rama de un árbol, como buitres que esperan el final del conflicto... hasta que Zeus se impuso: reunidos en asamblea –igual que hacían los aqueos en sus decisiones- les prohibió toda intervención en la guerra.
Ahora el padre de los dioses y los hombres podía hacer y deshacer para cumplir la promesa de dar ventaja a los troyanos hasta que el odio que Aquiles sentía por Agamenón se acabara. Pero lo que Aquiles no sabía era que los dioses también hacían pagar sus favores. 
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Zeus, dios de los dioses y los hombres, es el gallo del gallinero. Hace y deshace sin que haya más razón que su propia decisión. Está casado con Hera, con quien acostumbra a tener fuertes discusiones sobre todo provocadas por las constantes “escapadas matrimoniales” de él...   

La pérdida

“Ni que veinte guerreros como tú se me hubieran opuesto, yo las habría aquí matado con la lanza” (Canto XVI)

Los troyanos iban ganado terreno en un enfrentamiento agotador que ya había traído a los príncipes más valerosos de los aqueos a sus camas de heridas profundas: Tideo, Ulises y el mismo Agamenón estaban fuera de combate. Sólo la noche daba cierto reposo, sólo el final del día daba tregua. Ante la desesperación y con la eminente llegada de los troyanos a las naves de Grecia, Agamenón decide pedir ayuda a Aquiles. Éste, primero rechaza el ofrecimiento, pero ante el desastre y con Héctor incendiando una de las naves griegas, decide enviar a su amigo, su mejor compañero, Patroclo, a la batalla. 
Deberá lucir todo el armamento de Aquiles para que así los troyanos sientan el terror de su presencia y los aqueos tengan tiempo para reaccionar.Pero Aquiles le hace una advertencia: cuando consiga que los troyanos se alejen de las naves, se tiene que olvidar del enemigo y volver hacia su tienda. 
Patroclo vestido de Aquiles hace recular a los troyanos de las naves; debe luchar contra los rivales y superar las dificultades que Apolo va poniendo a sus pies. Parece que lo consigue, pero se olvida de la advertencia de su amigo. Alejándose cada vez más de las naves que debía defender, Patroclo está marcando el camino hacia su muerte.
Tanto es así, que Héctor coge su carruaje y su conductor, Cebriones, y se encamina hacia Patroclo con furia. Patroclo, que con una mano aguanta una lanza y con la otra una piedra, consigue abatir Cebriones que cae al suelo. Empieza una lucha por el cuerpo muerto. ¡Un guerrero puede morir en campo de batalla, pero qué deshonra cae sobre él si su cuerpo es dejado en manos del enemigo para convertirse en comida de perros! A la lucha se unen todos los aqueos que pueden y todos los troyanos que empiezan a perder el miedo por el falso Aquiles. Cuando éste cae herido, Héctor se da cuenta del engaño y ve como Patroclo muere prediciendo la venganza de Aquiles. En un gesto arrogante, Héctor coge la armadura de Aquiles, dejando desnudo de honor al valiente Patroclo, y se la pone en su propio cuerpo. Mientras la victoria ilumina el rostro de Héctor, Zeus contempla la escena desde el trono divino: que el príncipe de los troyanos pruebe ahora el triunfo, porque es una de las últimas cosas que hará en vida. 
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Héctor, hijo de Príamo y Hécuba, príncipe de Troya y comandante de todo el ejército de los troyanos y aliados. Representa el modelo de héroe humano (a diferencia de Aquiles que es medio Dios): valiente, responsable, honorable y racional, no antepone nunca sus intereses a los de su pueblo. Por si esto fuera poco, es un buen esposo para Andrómaca y un buen padre para su hijo. La joya de la corona... 

La venganza

“Ahora voy a encontrarme con el homicida de la cabeza que amaba” (Canto XVIII) 

El cuerpo muerto de Patroclo era de nuevo disputa entre los dos bandos. Mientras los aqueos deslizaban las armas defendiendo el honor del héroe, Aquiles recibía la triste noticia. De la tristeza en vano salió desesperación, de la desesperación odio y del odio, finalmente, una ira retenida porque Aquiles sabía que aquel era el juego de los dioses. Su madre Tetis vino del fondo del mar rompiéndose en una oleada perfecta sobre la playa, y vio el destino de Aquiles una vez más: había decidido luchar contra los troyanos de nuevo y esto haría su vida más corta. Tetis se cuidó de que el cuerpo de Patroclo fuese protegido mientras le hacía construir una nueva armadura a su hijo para combatir. Mientras esto pasaba, la mensajera de los dioses, Iris, recomienda a Aquiles que deje ir en tres gritos su ira, para hacer retroceder de miedo a los troyanos y que así los aqueos puedan recuperar el cuerpo de su amigo. Así lo hace y así recupera Patroclo.
Todavía Aquiles lloraba sobre el cuerpo de su compañero, cuando Tetis le trajo las armas forjadas por la divinidad de Efeos. Antes de iniciar el ataque, Aquiles quiso reconciliarse con Agamenón, príncipe de los aqueos que le había ultrajado, pero que ahora ya le tenía preparados los presentes, entre los cuales estaba el regreso de Briseida. La de las mejillas preciosas aún secaba sus lágrimas por la muerte de Patroclo, amigo y confidente cuando todavía era una extraña entre los mirmidones, el pueblo de Aquiles. 
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Apolo, hijo de Zeus, dios de la poesía y la música. Homero lo denomina “el que tiene puntería”. Juega en al bando de los troyanos y es el responsable de la plaga de peste con la qué empieza La Ilíada. 
Ya estaba preparado. La batalla empezaba y Aquiles no sólo debía luchar contra los troyanos, sino contra las ayudas que los dioses les proporcionaban: luchó contra Eneas mientras éste era ayudado por Apolo y después salvado por Poseidón; cogió doce troyanos para sacrificarlos a la hoguera de Patroclo, pero la divinidad fluvial se revelaba contra él. En la tierra los hombres luchaban, pero los dioses también: cada uno tenía su preferido, unos empuñaban la espada de Aquiles y otros apuntaban la lanza de Héctor. Finalmente, Apolo toma partido y retiene a Aquiles en la llanura, mientras los troyanos entran en la ciudad para refugiarse. Todos, menos uno. Héctor se queda fuera de la muralla, ya no quiere huir más. Su padre, Príamo, lo llama a la retirada para la salvación de Troya. Pero Héctor sólo siente como su honor lo tiene clavado en la arena, esperando la llegada de Aquiles. 
Cuando los dos héroes se encuentran frente a frente, Héctor siente miedo por primera vez en su vida. La brillante armadura le deslumbra los ojos y la áurea de poder que desprende su rival le obligan a empezar a correr en círculos alrededor de la muralla de Troya.  
Hasta tres veces, Héctor intenta huir seguido ferozmente por quien más le odia y observado con sorpresa por amigos y enemigos.
En el Olimpo, Zeus ya ha hecho balance: ha llegado el momento para Héctor. Apolo abandona al héroe troyano y Atenea le incita a la lucha. Héctor se para, Aquiles echa una primera lanza y falla; después Héctor lo intenta pero el escudo divino protege a Aquiles; éste se vuelve y el golpe mortal llega para Héctor. Príamo deja ir un grito de desesperación mientras Aquiles ya ha desarmado a su hijo, le ha atado con una cuerda al carruaje y se lo lleva arrastrando vergonzosamente el cadáver hacia las naves. Andrómaca, la joven mujer de Héctor, que se ha negado a ver el combate, siente los llantos desde su cuarto y se contagia. Ahora sabe que Héctor ya no estará más junto al fuego que para él había hecho preparar.

La reconciliación

“Así de Héctor, el domador de caballos, retiene Troya las fúnebres honras.” (Canto XXIV) 

Aquiles ya le dijo a Héctor antes de empezar a luchar: no habría ningún trato, ante la muerte, no tendría ni el honor de un entierro digno. Durante días, el cuerpo de Héctor es despreciado por Aquiles que todavía necesita liberar su rabia. Apolo protege su cuerpo para que no se deteriore e incita al rey de los mirmidones a volver los restos del difunto a su familia. Finalmente, el rey Príamo se llena de coraje para ir hasta el campamento de los aqueos y recuperar a su hijo. Ayudado por los dioses, consigue llegar ante la presencia de Aquiles que se apiada del viejo, de su sinceridad, del amor paternal que le recuerda y que él hace tanto tiempo que no tiene. Una tregua: doce días de margen para los Troyanos mientras hacen los preparativos para rendir homenaje a su héroe, el joven Héctor que los dioses han resguardado de la humillación, pero a quien también han abocado a la muerte. Aquiles, al fin, puede reposar de su propia ira. 

Tras La Ilíada...

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Mientras Homero finaliza su relato en este punto de la historia, nosotros os podemos explicar que la guerra de Troya acabó con esta ciudad quemada, sus hombres y niños –incluidos los bebés - muertos y las mujeres secuestradas como trofeo de guerra. La victoria para los aqueos fue posible gracias al ingenio –una vez más- de Ulises, que pensó en construir un enorme caballo de madera y dejarlo ante las puertas troyanas. Los troyanos creyeron que era una ofrenda de los dioses, pero lo que no sabían es que dentro se encontraba escondido el ejército aqueo que finalmente saldría de su escondrijo para aniquilarlos.
Durante el combate y como había pronosticado el oráculo, Aquiles murió por una flecha envenenada de Paris directa a su talón débil; su madre Tetis recogió el cuerpo para traerlo a la Isla Blanca y convertirlo en inmortal. 
Agamenón volvió a casa; Menelao tardó dieciocho años en llegar a su hogar junto a la bella Helena; Eneas, uno de los comandantes de Troya, fue el único que no creyó en la divinidad del caballo de madera y lideró el único grupo de supervivientes de la derrota troyana. En la Odisea, Homero nos narra las aventuras que Ulises, u Odiseo, vivió antes de poder volver a casa con su querida Penélope. 

¿Quién era Homero?

Homero es el supuesto autor de la obra más antigua que se conserva de la literatura griega y, en consecuencia, de la literatura occidental, La Ilíada. Decimos “supuesto”, porque no hay pruebas firmes de que existiera, también podría ser un ideal, una forma de poner nombre a la autoría de las obras que representarán el pensamiento griego posterior.
Los datos que por el momento se tienen, apuntan que vivió en el siglo VIII a.C. y que fue, por lo tanto, en esta época cuando compuso La Ilíada y la Odisea, que todavía hoy se estudian para determinar si realmente fueron escritas por la misma persona.
Un nombre lleno de misterios que, por el momento, continúa siendo el autor de los poemas épicos más universales de la historia de la humanidad. 
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Homero y su guía (1874), de William Adolphe Bouguereau.

Homero en catalán

Si os animáis a leer La Ilíada, encontraréis una esmerada traducción al catalán de Manuel Balasch (Proa, 1997), todo un experto en este texto de Homero que ya había traducido treinta años atrás y que, tres décadas después, decidió revisar, esta vez con un vocabulario más actual y una buena selección de notas que os pueden ayudar a entender con más profundidad esta obra universal.