Así duerme la hermana de mi novia. ¡Mas fotos!

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Gran espectáculo en Rafael Castillo

De todos modos, es factible que esa frase persista al principio del
capítulo. Sandoval fue uno de los mejores tipos con los que se cruzó en la vida.
Le agrada la idea de deberle a él, aun a sus flaquezas, el no haber terminado
esa jornada tirado en un zanjón con dos disparos en la nuca. Y como no deseaba
morir entonces, ni ahora, puede transigir con eso de su vida "salvada" por la
tranca cósmica que decidió zamparse Sandoval aquella noche.
Chaparro se siente en un brete parecido al de los comienzos de esta
narración, cuando no sabía por dónde comenzar a contar esa historia. Al unísono
lo asaltan varias imágenes: el espectáculo de su departamento destrozado; Báez
sentado frente a él en un tugurio de Rafael Castillo; un tinglado en pleno campo
cerrado con un alto portón corredizo; una ruta solitaria y nocturna, iluminada
por dos faros potentes, vista a través del parabrisas de un ómnibus; Sandoval
demoliendo concienzudamente un bar de la calle Venezuela.
No obstante, supone que este aprieto narrativo no es tan grave como el
que padeció al principio. Este caos le ocurrió a él, no tiene que ir a buscarlo
a las vidas de los otros. Y además las cosas no le ocurrieron en simultáneo.
Fueron sucesivas: seguro que impactantes, tal vez hasta desgarradoras, pero
tienen un orden cronológico del cual puede asirse para contarlas. Lo mejor será,
concluye, respetar ese orden.
Primero Sandoval destroza un bar de la calle Venezuela. Después Chaparro
encuentra su departamento hecho trizas. Luego habla con Báez en un tugurio
maloliente de Rafael Castillo. Más tarde se sienta en el primer asiento de un
micro que cruza la noche. Y después, muchos años después, se topa con el alto
portón corredizo de un tinglado, en pleno campo.